Por: Braulio Rojas Aranda
Para llegar a la adultez todos tuvimos un proceso de crecimiento; tú y yo fuimos parte de la concepción para alcanzar el nacimiento, y posteriormente aventurarnos a lo que es vivir. A diferencia de los animales, que al nacer comienzan a tener independencia y a aprender de lo que ven hacer a sus padres (instinto), el ser humano necesita depender completamente de sus padres, principalmente su madre, para poder alimentarse, bañarse, limpiarse, arroparse, dormirse… y esa es la dependencia hasta cumplir una edad mayor.
¿Quién no, de niño, anhelaba poder ya ser grande para hacer muchas cosas de adultos? Principalmente no ir a dormir temprano. Pero nuestro Maestro Jesús nos sorprende con una revelación, y a su vez una exhortación; Él dijo a sus discípulos: «“De cierto os digo: Si no fuerais transformados y llegarais a ser como niños, de ningún modo entraréis en el Reino de los cielos.” Mateo 18.3 (BTX)» Este pasaje es similar, en cuanto a misterio, a Juan 3.3, ambos pasajes están relacionados con el Reino de los cielos, y ambos físicamente son imposibles; un adulto no puede nacer nuevamente de su madre y tampoco puede retroceder los años a su niñez. Jesús explica a Nicodemo en el mismo contexto “Si os he dicho cosas terrenales, y no creéis, ¿cómo creeréis si os dijere las celestiales?” Juan3.12 (RVR60)» Y es que estamos tan aferrados a lo terrenal que ignoramos completamente lo espiritual.
La respuesta de Jesús que da a sus discípulos, de ser como niños, se debió a que ellos preguntaron al Maestro «“¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?” Mateo 18.1 (BTX)»; básicamente Jesús está respondiendo “Quien quiera ser grande, magno, sobresaliente, debe de ser como un niño”. Nuevamente, Jesús está hablando del ámbito espiritual, pero ¿cuál es su significado?
Todo tiene que ver con la dependencia. Mi pastor siempre me recuerda «lo material refleja lo espiritual», y para comprender este punto debemos apelar al pasaje de Oseas 11.1 que dice: «“Cuando Israel era un niño, Yo lo amé, Y de Egipto llamé a mi hijo”». Haciendo memoria, al momento en que Israel sale de Egipto y durante los cuarenta años en el desierto, el Señor fue el que los sustentó en todas sus necesidades (Deuteronomio 8.4; Nehemías 9.21); pero lo más importante y sorprendente fue que la provisión emanaba de la propia Palabra de Dios: el Maná.
Moisés explica el simbolismo perfectamente del proceder de este Maná, pues dice: «“Por eso te afligió y te dejó padecer hambre, para sustentarte con el Maná que no conocías, ni tus padres habían conocido, para hacerte saber que no sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vivirá de todo lo que sale de la boca de YHVH” Deuteronomio 8.3 (BTX)»
Israel, al ser un niño, necesitaba del sustento que el Señor le brindara, y les proporcionó un recordatorio diario de que Él es la fuente de vida, sustento y provisión. Jesús evoca este suceso en el desierto cuando menciona:” No os afanéis, pues, diciendo: «“¿Qué comeremos, o qué beberemos, o con qué seremos vestidos? Porque los gentiles buscan con afán todas esas cosas, pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas ellas.” Mt 6.31– 32 (RVR60)»
El Maná nos recuerda que este mundo material no es nuestro proveedor, sino que es Dios quien llamó a existir lo material, a través de lo que sale de su boca. Lo más interesante es que este mismo Maná, que descendía del cielo, es el simbolismo de la entrada al mundo de la Palabra de Dios; Juan 1:1,3 dicen «”En el principio era el Verbo [Logos]… Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho”». Jesús es el Maná del cielo, pues él mismo dice de sí: «“No os ha dado Moisés el pan del cielo, sino mi Padre os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que desciende del cielo y da vida al mundo…¡Yo soy el pan de la vida; el que a mí viene nunca tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás!” Juan 6.32–35 (RVR60)»
Para ser grandes en el Reino debemos ser como niños; Para ser como niños debemos depender de nuestra fuente de vida; y nuestra fuente de vida es Jesús el Hijo del Dios Viviente. Debemos mostrar en nuestras vidas esta madurez para ser llamados grandes en el Reino de los Cielos. Así como Israel dependía del Señor en el desierto para alimentarse, nosotros como discípulos de Jesús debemos alimentarnos de Él, depender plenamente de Él. No vivimos solo del sustento de este mundo, sino del Mesías, el pan de vida.
Para reflexionar:
La dependencia a Dios no solo se basa en el deseo de seguirle, sino en la acción de hacer lo que le agrada y en la comunión mediante la oración. Al aceptar a Jesús como nuestro Mesías y Salvador estamos permitiéndole que dirija nuestras vidas; dejamos de ser el centro para que Jesús sea el todo. «“Confía en el Señor de todo corazón, y no en tu propia inteligencia.
Reconócelo en todos tus caminos, y él allanará tus sendas” Proverbios 3.5-6 RVR60»
*Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto. Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer. El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho. En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos. Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor. Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido.” Juan 15:1-11. Sin Cristo no somos nada.